Cuando se conoció que los Juegos Olímpicos de la Juventud se realizarían en Buenos Aires, un gran interrogante se abrió: ¿Cómo será la respuesta del público? Y esta pregunta, desde el día que se abrió la solicitud de los pases olímpicos para ingresar a los distintos Parques, comenzó a responderse.

Más de 600.000 personas pidieron su pasaporte, algo que colapsó y sorprendió a los organizadores del torneo, quienes claramente no imaginaban semejante respaldo al deporte juvenil.
Esta masiva concurrencia generó problemas en lo estructural. La mayoría de los estadios, construidos especialmente para la ocasión, quedaron “chicos” para el evento. Por ejemplo, el sábado, en las semifinales y finales de beach handball, había más de 500 metros de fila y el recinto se llenó. O ante cada presentación de los representativos de hockey 5, largas colas se armaban para poder alentar a los que comanda Carlos Retegui.

Esto generó gran malestar entre los asistentes, quienes se molestaban con los voluntarios por la falta de espacio, sin comprender que era por medidas de seguridad que no podían seguir ingresando.

Los fines de semana, los Parques se llenaron antes del mediodía, es decir, previo al inicio de los cotejos en disputa de medallas. Y los días “laborales”, en las primeras horas de la tarde tuvieron que cerrar sus puertas por “todo lleno”.
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