Un día como hoy pero hace 20 años, en el medio del volcánico 2001, presagio de hecatombe y derrumbe, un tal Diego Armando Maradona, quien hacía rato ya no era Pelusa para convertirse en el Diego de la gente, y con La Bombonera colmada, pronunciaría una de las frase más icónicas y épicas que el fútbol argentino le haya entregado al universo de la número 5. Espontaneidad pura, con el corazón en la mano, entregado a "su" público que había ido hasta ese templo futbolero para brindarle un conmovedor abrazo en el día de su último partido, el eterno diez lanzó: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.
Esa jornada, en su segunda casa, el ídolo popular más emblemático vistió las camisetas de la Selección Argentina y de Boca, en una inolvidable tarde de sábado. No era la mejor versión de Diego, tampoco del país. ¡Todo un símbolo!
Diego habia llegado hasta ahí para jugar "su" partido homenaje. Y luego de haber compartido un picadito con las dos casacas que más amó en su carrera, sin titubeos, como podía pero también sincero como siempre, con lágrimas en los ojos y con sus hijas y sus seres queridos bien cerca, aquel muchacho que había llegado desde la humide Fiorito, que se forjó en la opulenta Europa y "sangró" por donde quiera que haya transitado, coronaba la tarde de esa manera. Hablando, diciendo, contando su verdad.

Habian pasado cuatro años del último encuentro que había jugado el Diez, cuando con la camiseta Xeneize y sorpresivamente en el medio de un superclásico en el Monumental, su impredecibilidad le contaba al Mundo que Diego colgaba los botines.

Ya como ex jugador, menos pudo lidiar aún con esa "blanca mujer de misterioso sabor y prohibido placer" y casi el corazón lo deja a gamba en el verano de 2000 en Punta del Este. Después vino su viaje a Cuba, junto a su eterna compañera Claudia Villafañe; su tratamiento para sobreponerse a las adicciones; algunas presentaciones, como la despedida de Lothar Matthäus y la del uruguayo Patito Aguilera, y la organización del su propio encuentro homenaje.
Conferencia de prensa de promoción mediante, Maradona advertía: “Muchachos, no vayan a promocionar este partido como mi despedida, ¿eh? Es un partido homenaje. ¿Estamos? Partido ho-me-na-je. Si dicen despedida, los boxeo a todos, uno por uno” y agregó: “Este no es un partido despedida. Yo nunca me voy a ir del fútbol”.
Si hasta se concentró para vivir a pleno esa tarde. La misma fue en el Hotel Hilton y cuenta la leyenda que aquel Diego, de rostro desbordado y de excesos por doquier, no se comportó del todo bien. Cosa que supo atemperar su amigo y representante Guillermo Cóppola, quien, como tantas veces, estuvo a su lado y esta vez para "salvarlo".
Miles de figuras como invitados para participar del picado en homenaje a la estrella futbolera más fulgurante que dio esta tierra. La Selección de Marcelo Bielsa en pleno auge de un lado, los condecorados invitados -dirigidos por Alfio Basile- del otro y el Diego siendo él mismo. Hasta el brasileño Pelé se había llegado hasta el barrio de la Ribera. El mundo del fútbol rendido a sus pies, a su zurda.
Muchos cambios y muchos goles, risas, cantos en las tribunas, llanto en Diego. Ya había abandonado la albiceleste que tantas veces transpiró y honró, para colocarse la de Boca, con la "10" de Riquelme. Un retirado Luis Olivetto como árbitro-showman del partido. ¡Fin del encuentro!

Maradona en andas, Maradona emocionado, Maradona con la de Argentina, Maradona con la de Boca. Maradona que enfrentó al micrófono, con Dalma y Gianinna a su lado como testigos, tiró la frase que rebotó en todos lados: "Yo me equivoqué y pagué pero la pelota no se mancha". Un Diego auténtico. Y aquellas y estas palabras en su "homenaje".
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